lunes, 25 de octubre de 2010

¿Por qué a mí, qué hice para que me castigue?

Oxígeno / Diálogos del alma
Escriba su autobiografía
Por Sergio Sinay
Domingo 5 de setiembre de 2010 Publicado en edición impresa



Señor Sinay: Hace tiempo escucho a las personas (y me incluyo) justificar algún infortunio o "mal pasar" echándole la culpa a Dios. "¿Por qué a mí, qué hice para que me castigue?". Es más fácil pensar en el por qué y no tratar (siempre que se pueda) de modificar este mal pasar. Es común afligirse ante el menor detalle y sentirse mal, estar triste, de mal humor. A nadie le gustan los "malos tragos", pero ¿qué es la vida? ¿Acaso no es sorprenderse todos los días con un futuro? ¿Qué es la felicidad? ¿Qué la tristeza? Creo que para conocer la felicidad, en una gran mayoría de casos, debemos pasar por un mal momento y al ver que pudimos cambiar ese estado, nos sentimos felices. ¿Por qué nos quejamos ante el menor error y renegamos en vez de agradecer cada día por abrir los ojos y estar sanos? Cada vez nuestra tolerancia al mínimo percance es menor.
Francisco Pamio (23 años) Lujan, Buenos Aires


Si en los años finales de la vida tuviéramos la oportunidad de escribir nuestra autobiografía y se nos diera para ello un número limitado de páginas, ¿en qué nos concentraríamos? ¿Qué dejaríamos afuera? ¿Cuántas palabras, líneas, párrafos, páginas o capítulos dedicaríamos a muchos de esos "malos pasares" que menciona nuestro amigo Francisco? ¿Estarían aún en nuestra memoria? Y si lo estuvieran, ¿los incluiríamos? ¿De eso trataría, finalmente, nuestra vida? Me he hecho muchas veces estas preguntas, se las hice a otras personas. Inevitablemente, la respuesta es: no le dedicaría ni una línea a la mayoría de esas cosas. O no las recordaría. No serían significativas en el balance. ¿Por qué, entonces, suelen ocupar tanto espacio en el presente?

Quizá se deba a un malentendido por el cual nos sentimos acreedores de una vida sin dolor, sin frustración, sin dificultades. Creemos que si nos portamos bien (y, sobre todo, si se nota) haremos mérito para eso. ¿Pero no se trataría, en ese caso, de una simple transacción, de una suerte de operación de canje? ¿Y no será que por haber creído que así son las cosas terminamos decepcionados, con la sensación de que el contrato no se cumplió, de que fuimos burlados? La médica suiza Elisabeth Kübler-Ross (1926-2004), que dedicó su vida a aliviar el dolor de otros y a acompañar en su final a enfermos terminales, dice en su emocionante autobiografía (La rueda de la vida) que "nada está garantizado en la vida salvo que todo el mundo debe enfrentarse a dificultades. Así es como aprendemos. Algunos lo hacen desde el momento en que nacen". En esa dirección apuntaba Carl Jung, padre de la psicología profunda, cuando sostenía que no se crece ni se alcanza la conciencia sin dolor. Jung no era un apologista del dolor, sino un lúcido observador de la realidad.

La adversidad nos da la posibilidad de poner en juego nuestros recursos, de fortalecerlos, de absorber experiencia, de templar nuestro carácter, de encender nuestra creatividad, de acceder a una perspectiva amplia y profunda del rumbo que lleva nuestra vida. No siempre el infortunio obliga a cambiar ese rumbo. A veces, confirmamos que hay en el dolor un sentido. Cuenta la doctora Kübler-Ross cómo, en una circunstancia de extremo sufrimiento, comprendió que Dios "jamás enviaría a alguien algo que no pueda soportar". El sentido del dolor no viene impreso en un folleto. Es responsabilidad de quien se hace cargo de su propia vida descubrirlo y entenderlo. Si queremos que alguien cargue con nuestro equipaje, jamás comprenderemos el sentido de nuestro devenir, y tampoco podremos quejarnos por lo que ese maletero hace con nuestras cosas. Lamentablemente, hay muchos maleteros oportunistas que se ofrecen a tomar nuestra maleta (que incluye nuestra voluntad, nuestra responsabilidad, nuestro poder de decisión, nuestra libertad) a cambio de costos altos y promesas imposibles de cumplir. Algunos de ellos se visten de gurúes, otros de profetas, otros de genios de la tecnología, de magos de la ciencia o la medicina, cuando no de mesías políticos o económicos. Si estamos dispuestos a afrontar la experiencia de vivir, escribía Kübler-Ross poco antes de su propio final, la atravesaremos sin necesidad de un gurú o un "maestro" que nos diga cómo hacerlo. Y si queremos evitar esas experiencias o pasarles por el costado, haremos de esos mismos gurúes y "maestros" los "culpables" de nuestros malos pasares. Nada habremos aprendido, entonces, y poco tendremos para contar en nuestra autobiografía. Quizá no se nos da lo que deseamos, decía la médica suiza, pero siempre recibimos lo que necesitamos. El secreto consiste en diferenciar una cosa de la otra.
sergiosinay@gmail.com



(aporte de Pablo; fuente http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1301512)

sábado, 23 de octubre de 2010

Oración para Pentecostés


¡Ven, Espíritu Santo, derrama sobre nosotros la fuente de tus gracias y suscita un Nuevo Pentecostés en tu Iglesia!
¡Baja sobre tus Obispos, sobre los Sacerdotes, sobre los religiosos y religiosas, sobre los fieles y sobre los que no creen, sobre toda clase y categoría de personas!
¡Sacúdenos con tu soplo divino, purificanos de todo engaño y de todo mal!
¡Inflámanos con tu fuego, haz que ardamos y nos consumamos en tu amor!
Ensenanos a comprender que Dios es todo, toda nuestra felicidad y nuestra alegria y que solo en El esta nuestra eternidad.
¡Ven a nosotros, Espíritu Santo y transformanos, salvanos, reconcilianos, unenos, consagranos!
¡Enseñanos a ser totalmente de Cristo, totalmente tuyos, totalmente de Dios!
¡Esto te lo pedimos por la intercesión y bajo la guia y la protección de la bienaventurada Virgen Maria, tu esposa inmaculada, Madre de Jesús y Madre nuestra, la Reina de la Paz!
Amen”.

(aporte de Lorena)

Enviados con la fuerza del Espíritu Santo

Jn 20, 19-23
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según San Juan
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Al atardecer del primer día de la semana, los discípulos se encontraban con las puertas cerradas por temor a los judíos. Entonces llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: "¡La paz esté con ustedes!". Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: "¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes". Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: "Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan".

Estas preciosas promesas nos hablan de la intimidad de Dios en nuestros corazones. El evangelio nos enseña que los que aman a Dios se convierten en verdaderos templos de la presencia del Padre y de Jesús.
Sólo esa presencia de amor poderoso hace posible cumplir de verdad los mandamientos de Dios. Pero luego aparece alguien más haciéndose presente en la intimidad de los creyentes: el Padre enviará el Espíritu Santo. Él es el que enseñará todo a los discípulos para que puedan comprender las enseñanzas de Jesús. Y en realidad él no enseñará cosas que Jesús no haya dicho, sino que “recordará” y hará comprender en profundidad las palabras de Jesús.

El nombre “Paráclito” es una expresión griega que significa ‘llamado junto a’, es decir, el que uno invoca para que esté a su lado. Como cuando uno grita a un amigo para que lo ayude y acompañe. Llamarle “consolador” puede reducir su función, ya que el Espíritu Santo viene a estar con nosotros no sólo para consolarnos en la aflicción, sino para fortalecernos, enseñarnos, acompañarnos, renovarnos y especialmente para hacer presente a Jesús y recordarnos el verdadero sentido de su evangelio. Sin este fuego y esta luz del Espíritu Santo “no hay nada bueno en el hombre, nada que sea inocente”. Sin su luz, todo está manchado por la mentira.

Sin el impulso de su amor, todo se enferma de egoísmo. Sin su poder, el hombre se aparta del verdadero camino y su corazón queda vacío.

P. Víctor M. Fernández

(aporte de Lore)

¿Por qué los católicos celebramos la Fiesta de Pentecostés?

Originalmente se denominaba “fiesta de las semanas” y tenía lugar siete semanas después de la fiesta de los primeros frutos (Lv 23, 15-21; Dt 16,9). Siete semanas son cincuenta días; de ahí el nombre de Pentecostés (=cincuenta) que recibió más tarde. Según Ex 34, 22 se celebraba al término de la cosecha de la cebada y antes de comenzar la del trigo; era una fiesta movible pues dependía de cuando llegaba cada ano la cosecha su sazón, pero tendrá lugar casi siempre durante el mes judío de Siván, equivalente a nuestro Mayo/Junio. En su origen tenía sentido fundamental de acción de gracias por la cosecha recogida, pero pronto se le añadió un sentido histórico: se celebraba en esta fiesta el hecho de la alianza y el don de la ley.
En el marco de esta fiesta judía, el libro de los Hechos coloca la efusión del Espíritu Santo sobre los apóstoles (Hch 2 1.4). A partir de este acontecimiento, Pentecostés se convierte también en fiesta cristiana de primera categoría (Hch 20 16; 1Cor 16,8).

Explicación de la fiesta
Después de la Ascensión de Jesús, se encontraban reunidos los apóstoles con la Madre de Jesús. Era el día de la fiesta de Pentecostés. Tenían miedo de salir a predicar. Repentinamente, se escucho un fuerte viento y pequeñas lenguas de fuego se posaron sobre cada uno de ellos.
Quedaron llenos del Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas desconocidas.
En esos días, había muchos extranjeros y visitantes en Jerusalén, que venían de todas partes del mundo a celebrar la fiesta de Pentecostés judía. Cada uno oía hablar a los apóstoles en su propio idioma y entendían a la perfección lo que ellos hablaban.
Todos ellos, desde ese día, ya no tuvieron miedo y salieron a predicar a todo el mundo las enseñanzas de Jesús. El Espíritu Santo les dio fuerzas para la gran misión que tenían que cumplir: Llevar la palabra de Jesús a todas las naciones, y bautizar a todos los hombres en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Es en este día cuando comenzó a existir la Iglesia como tal.

La promesa del Espíritu Santo

Durante la Ultima Cena, Jesús les promete a sus apóstoles “Mi Padre os dará otro Abogado, que estará con vosotros para siempre: el espíritu de Verdad” (San Juan 14, 16-17)
Más adelante les dice: “Les he dicho estas cosas mientras estoy con ustedes; pero el Abogado, El Espíritu Santo, que el Padre enviara en mi nombre, ese les ensenara todo y traerá a la memoria todo lo que yo les he dicho” (Juan 14, 25-26)
Al terminar la cena, les vuelve a hacer la misma promesa; “Les conviene que yo me vaya, pues al irme vendrá el Abogado,… muchas cosas tengo todavía que decirles, pero no se las diré ahora. Cuando venga Aquel, el Espíritu de Verdad, os guiara hasta la verdad completa,… y os comunicara las cosas que están por venir” (Juan 16, 7-14).
En el calendario del Año Litúrgico, después de la fiesta de la Ascensión, a los cincuenta días de la Resurrección de Jesús, celebramos la fiesta de Pentecostés.
(aporte de Lorena)

Les Doy mi Paz


Jesús ofrece su paz, y promete también la alegría (16, 22). La paz y la alegría son dos necesidades profundas del corazón humano, pues dan seguridad e intensidad, serenidad y entusiasmo.

Pero no hay que confundir esta paz con un estado de ánimo en que nada nos inquieta, en que realidad no nos interesa nada de nadie, porque estamos cómodos en nuestro propio egoísmo. Esa es en realidad la paz de los cementerios, esa es la falsa paz de los que han dejado morir la capacidad de amor que Dios puso en sus corazones, lo más valioso que llevaban dentro.

La paz de Jesús no es la serenidad psicológica del que vive cómodo en su mundo. La paz de Jesús es otra cosa, es la seguridad que dan su presencia y su amor en medio de las angustias y preocupaciones.

De hecho, el mismo Jesús experimentó angustia y alteraciones interiores (11, 33; 13, 21). Por eso Jesús aclara cómo nos regala su paz divina: "No la doy como la da el mundo" (14, 27). La paz y la alegría que Jesús da son de otro nivel, más profundo y valioso; no brotan de las seguridades del mundo, sino del amor: "Si me amaran..." (14, 28).

El que se deja amar por Jesús y reacciona amándolo y sirviendo al prójimo, encuentra la verdadera paz de su corazón, la paz que los intereses del mundo no nos pueden dar.

Y esa paz que nosotros podemos vivir es superior a la que podían vivir los apóstoles antes de la muerte de Jesús, porque ahora nosotros podemos gozar de la presencia de Jesús resucitado en nuestra intimidad, que derrama su gracia y la fuerza de su amor. Por eso Jesús decía a sus discípulos: "Si me amaran, se alegrarían de que yo me fuera al Padre" (v. 28).


(aporte de Pablo; una reflexión sobre el Evangelio de Juan 14,23-29)

23. Jesús le respondió y dijo: "Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él, y en él haremos morada. 24. El que no me ama no guardará mis palabras; y la palabra que estáis oyendo no es mía, sino del Padre que me envió.
25. "Os he dicho estas cosas durante mi permanencia con vosotros. 26. Pero el intercesor, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, Él os lo enseñará todo, y os recordará todo lo que Yo os he dicho. 27. Os dejo la paz, os doy la paz mía; no os doy Yo como da el mundo. No se turbe vuestro corazón, ni se amedrente. 28. Acabáis de oírme decir: "Me voy y volveré a vosotros". Si me amaseis, os alegraríais de que voy al Padre, porque el Padre es más grande que Yo. 29. Os lo he dicho, pues, antes que acontezca, para que cuando esto se verifique, creáis