martes, 13 de julio de 2010

El Silencio y la Oración


El silencio y la oración están íntimamente interrelacionados, y son los soportes básicos y esenciales de nuestra vida espiritual. Sin estos soportes es muy difícil o imposible, prosperar espiritual y socialmente. El fruto del silencio es la oración. El fruto de la oración es la fe, el amor, el servicio y la paz.

El silencio interno es la puerta a la vida interior y se necesita abrirla diariamente, aunque sólo sea durante un pequeño periodo de tiempo. Es la actitud que tienen las personas que quieren encontrarse a sí mismos.

El silencio externo es la falta de ruidos. Ayuda a poseer el silencio interno y a practicar la oración. Somos dueños de nuestros silencios y esclavos de nuestras palabras.

El silencio es muy apreciado e imprescindible entre las personas que se aman, ya que muchas veces hace que las miradas sean elocuentes, mucho más que las palabras.

El verdadero silencio no es encerrarse en la habitación o en uno mismo para no oír, ni ver lo que sucede en la familia, en la escuela o en la sociedad. El silencio es una situación llena de dicha, belleza y paz, que conducen a gtandes descubrimientos.

La cultura del ruido
La antítesis del silencio es el ruido, interior y exterior. La vida moderna rechaza el silencio. Estamos llenos de ruido, de gente por todas partes y en todo momento, no dejando ni un minuto para la paz interior. Para lograr el silencio hace falta acallar el ruido que producen nuestros pensamientos, pasiones y sentimientos, que dificultan escuchar a nuestra propia conciencia, sobre los problemas, preocupaciones y otras cuestiones personales.
El ruido genera más ruido, pues hay que levantar la voz para entenderse, y al levantar la voz se eleva el nivel de ruido. Es una cadena que prácticamente no tiene fin. Es muy difícil, pero no imposible, que cuando uno está inmerso en la cultura del ruido entre en la cultura del silencio, la soledad y la meditación.

Se necesita un profundo silencio para poder concentrarse y rebuscar internamente las herramientas que hacen falta para que en los momentos de meditación, de conversación con uno mismo y con Dios, sean del máximo aprovechamiento. Son momentos de silencio, escogidos, necesarios, apreciados e incluso amados, que cada uno se puede regalar. Se necesita el máximo silencio interno para maximizar la concentración.

La virtud del silencio
El silencio como virtud debemos estimularlo, preparando nuestra vida con espacios, situaciones u horarios especiales de silencio, donde no lleguen los ruidos.


El silencio bien llevado puede ser un ruido muy fuerte para otros.
El silencio del envidioso está lleno de ruidos.
El silencio es el patrimonio de los fuertes.
El silencio es un argumento difícil de refutar.
El silencio es, después de la palabra, el segundo poder del mundo.
El silencio no vuelve loco. Lo que vuelve loco es el ruido.
El silencio por omisión es la gran mentira.
El silencio puede ser la conversación de las personas que se quieren. Lo importante no es lo que se dicen, sino lo que no es necesario hablar.
En el silencio se puede escuchar la voz de Dios.
Es muy difícil aprender de los silencios ajenos.
Hay que guardar silencio si uno no tiene nada mejor para decir.
Guardar silencio a veces ofende más, pues impide la réplica.
Hay que procurar que las palabras sean mejores que el silencio.
Hay silencios insoportables, para los que tienen demasiado ruido dentro de ellos mismos.
Los silencios son unas de las artes más grandes de la conversación.
Manejar el silencio, es más difícil que manejar la palabra.
Más vale un prudente silencio, que una verdad poco caritativa.
No hay que romper el silencio si no es para mejorarlo.
Nos conviene volver al silencio para saborear la paz interior y reconocernos a nosotros mismos.



(aporte de Ronnie)

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