miércoles, 21 de julio de 2010

Una Pascua Diferente



(Por Ronnie)
A lo largo de varias décadas, la Semana Santa significó para mi, un tiempo de descanso, de turismo o de práctica deportiva. En los pocos años que llevo dentro de la Iglesia, la viví siempre como un espectador más. Como si estuviese en un estadio y ocupara mi lugar en la tribuna. Pero este año, ocurrió algo especial: tuve la gracia de poder vivirla dentro de la cancha, con mucha profundidad.

Para lograrlo, al igual que en cualquier deporte, tuve que realizar una buena pretemporada: ese tiempo de preparación física y mental, doloroso, molesto, aburrido y árido, con momentos monótonos y con cambios que no gustan, de adquisición de destrezas individuales y de prácticas de conjunto. Llevado esto a lo espiritual, la Cuaresma ha sido mi pretemporada, con las características ya descriptas, a las que debo agregar el molesto acoso del maligno tentándome permanentemente para que desistiera de seguir.

Fue fundamental para avanzar, haber concurrido a la eucaristía y a la oración comunitaria durante la mayor cantidad de veces posibles; la oración grupal semanal en el grupo de oración; y, sobre todo, que mi oración personal diaria pudiera entrar en el eterno presente de Dios, mediante técnicas de relajación y el uso de mi imaginación. Con esto, fui logrando que mi cuerpo –que siempre está presente conmigo- pudiera controlar mi enloquecida mente que se la pasaba todo el día fluyendo hacia el pasado y hacia el futuro. Como Dios me quería en el presente, en esos minutos de oración, pude encontrarme con mi corazón: ese espacio íntimo, donde están escondidas mis intenciones y donde oculto mis decisiones, que no comparto con nadie; y donde tengo guardados los proyectos que movilizan mi vida.

Imaginaba que este lugar, era una habitación impecable, luminosa, cálida, limpia y ordenada. Pero fue muy triste descubrir en realidad, que estaba en penumbras, con paredes descascaradas, el techo sucio y lleno de telarañas, y el piso lleno de una capa gruesa de mugre. Por todos lados había cajas, donde podía leer: “archivo de: enojos, faltas de perdón, resentimientos, odios, asesinatos con la lengua o con la indiferencia, adulterios, infidelidades, falsedades cobardías, mentiras, discriminaciones…; y no pude seguir leyendo más, por el desorden que había. A un costado había piedras y escombros, que decían: ídolos (dinero, fama, poder, superioridad), miedos, dudas, prejuicios, vanidades, juzgamientos, condenas por errores ajenos, comodidad, etc.

De inmediato, le pedí al Espíritu Santo que me ayudara a ordenar ese desorden; y fue allí, donde imaginé que un ángel me decía: “esto no es así, sólo vos podés ordenar esto, en la medida que vayas sacando los archivos y las piedras de la habitación. Sólo así, Jesús podrá ir ocupando con su luz los espacios que vayan quedando vacíos. Fijate, que muchos archivos son pecados ya perdonados por Dios, que nunca los sacaste de tu corazón”.

El sólo hecho de darme cuenta del problema, me despertó y facilitó el trabajo. Comencé entonces a visitar el santísimo, y empezar el arduo trabajo que seguirá pendiente y por largo tiempo.
Fue así, como pude entrar bien preparado a la cancha, donde pude tirar mis máscaras al suelo, para que Jesús las pisara durante su entrada triunfal del domingo de Ramos, al igual que el manto de los judíos; luego aceptar que me tirara abajo las mesas de mis prejuicios, inseguridades y miedos, al igual que las mesas de los cambistas; y acto seguido escuchar el anunció de la destrucción de mi corazón para construir uno nuevo, similar al anuncio de la destrucción del Templo judío.

El jueves santo, Jesús se puso a mi servicio. Me lavó los pies y me invitó a su Santa Cena. Al partir el pan, pude descubrirlo realmente, al igual que los discípulos de Emaús.

El viernes santo, todo se oscureció. Fue un momento de tristeza y de recogimiento. En cada estación de la Pasión, fui acompañando a Jesús en su camino a la muerte, y cargando por instantes su cruz.

El sábado santo, un día con poco significado aparente para mí, resultó ser clave. Pude descubrirlo en el Credo, porque luego de” muerto y sepultado”, Jesús descendió a los infiernos: el lugar del no-Dios. Imaginé entonces, que Jesús antes de resucitar se encargaba de llegar a todos los lugares con ausencia de Dios que todos tenemos, dejando su luz, a todos sin excepción, aún a las personas más siniestras. Me resultó muy movilizador, ver la acción creadora de Jesús en todos, sacando lo que está en tinieblas a la luz, pasando del caos al orden y del vacío a la plenitud. Nadie se da cuenta de esto, pasa desapercibido para todos nosotros. Durante la celebración nocturna, apareció la luz y con ella la victoria de Jesús al resucitar; que me hacía reafirmar la esperanza de mi resurrección y de la vida eterna.

Como si todo lo vivido fuera poco, luego de haber sido testigo presencial de signos y milagros de Jesús, expulsando demonios o curando los enfermos, al finalizar el día, pude vivir en el domicilio de una persona amiga y enferma, aquello que en su salmo 41 dice: “yo visitaré a los enfermos en su lecho de enfermos y lo sanaré”.
Sólo puedo pedir, que mi próxima Pascua sea lo más parecida a ésta.
Alabado sea el Señor.

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